Lo que hay que hacer es complicarse la vida". Lo cuenta Ramón Gascón, coordinador médico de la PAE (Prevención de Ayuda al Empleado) de la General Motors en Zaragoza. Esa complicación que sugiere este experimentado especialista en Medicina del Trabajo lleva el sello de un humanista a tiempo completo, de una persona que desde el seno de la empresa a la que ha dedicado 30 años investiga y lucha por recuperar a los empleados que sufren algún tipo de adicción. Su constancia, respaldada por una compañía que desde el principio compartió y apoyó la sensibilidad y los objetivos del doctor, han tenido un éxito rotundo: "En 30 años no se ha despedido a ninguna persona que haya estado dentro del programa", dice con el orgullo procedente del manantial de su humildad .
Ahora todo va sobre ruedas. "Hemos llegado a un punto maravilloso ya que el propio empleado con problemas, que es quien ha de venir a nosotros, se nos acerca sin miedo". Para alcanzar este punto de absoluta credibilidad y consenso, Gascón tuvo que sortear la desconfianza general cuando puso en marcha el proyecto. "Fue duro, muy duro", recuerda. Viajó a Estados Unidos para conocer la metodología y aplicarla en España, donde la mayoría de los intentos en este sentido habían fracasado. Expuso sus intenciones sobre la mesa y saltaron chispas. "La complejidad era mayúscula porque en aquellos momentos te consideraban empresa y daba la sensación de que se pretendía hacer una caza de brujas, saber quién consumía para prescindir de él. Luego estaban todas las centrales sindicales, que también eran reacias por temor a decir algo y que les pudieras engañar".
La tensión y las suspicacias se convirtieron en los principales enemigos, aunque Gascón halló la fórmula para encajar las piezas. Primero evitó publicitar su departamento como una factoría de milagros y luego promovió "un modelo multiestamental" con la confidencialidad como pilar fundamental del edificio. "Con quien venía a mí o mi equipo, se pactaba que solo lo sabríamos nosotros y quien él quisiera". El sistema de participación global consistía "en reunir en una mesa a los representantes de ambas sectores, el empresarial y el sindical, y el área médica. Marcamos unas líneas maestras de actuación y explicamos el programa con humildad. De esta forma se involucraron todas las partes".
Al dar el primer paso se percató de que faltaba una pieza trascendental para continuar avanzando. "Nos dimos cuenta de que en realidad no sabíamos nada.El que seas médico no quiere decir que entiendas a un adicto, y eso ocurría". Unas Navidades acudió a Proyecto Hombre y vivió en primera persona, como si fuera otro heroinómano más, el trabajo de los terapeutas profesionales. Allí comprendió que necesitaba ese eslabón externo, una simbiosis. Le ayudó que el presidente de GM reconociera en una entrevista que la adicción era una enfermedad, lo que suponía respetar el puesto de trabajo durante el tratamiento, y él introdujo una modificación clave. "Quien mejor conocía un adicto era otro adicto. Si además era compañero recuperado, mucho mejor. Le hacíamos la entrevista los dos", subraya.
"La empresa. al margen de su tamaño, ha de apoyar al trabajador con adicción. El coste es cero y merece la pena", recomienda este hombre discreto y apasionado que sabe muy bien cómo "complicarse la vida" por los demás.
